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Una Vida En El Infierno
El sudor corría por su frente, era inútil gritar, nadie oiría. Su muerte era inminente, ya nada quedaba, simplemente esperar a que la última pluma de su ala fuera quemada. Sus alas habían sido arrancadas ya hacía muchos siglos, ahora solo quedaba esperar su muerte. Esa muerte que lo ataría a una pared del infierno para toda la eternidad.
Ni la mínima esperanza quedaba, estaba totalmente atrapado en medio de un bosque lúgubre y frio, lo suficiente para hacer que un humano se congelara. Estaba atado a un árbol con los brazos alrededor de este en su espalda, sus pies estaban atados en paralelo y las cicatrices donde iban sus alas estaban siendo aún más maltratadas.
El esperar el momento en donde su cuerpo ardería en el infierno se acercaba más, la pluma estaba en frente de él. Un solo impulso destrozaría las cadenas y el árbol, si era lo suficientemente rápido podría tomar la pluma y huir.
Las cadenas cayeron al piso y el árbol estaba hacho pedazos, rápidamente rompió las cadenas que sujetaban sus pies y corrió hasta la pluma color negro que aun en la punta conservaba un poco de su sangre. No habían pasado 30 segundos cuando sintió que lo perseguían, sabia quiénes eran, no había la necesidad de voltear a ver.
Corrió unos metros y tropezó con la raíz de un árbol, lo que hizo que perdiera valiosos segundos. Tres guardias lo perseguían, el sonido de los pasos se hacían más fuertes, los gritos de los demás se escuchaban a lo lejos. Las voces replicaban en sus oídos junto con los insultos de sus captores, el huir no haría que no lo quisieran matar; todo lo contrario, sus enemigos lo seguirían de nuevo y prefería morir que seguir huyendo por siempre de esos matones.
Los gritos en sus oídos aumentaban, las miradas acusadoras lo perseguían, no sabía cuánto había corrido cuando de pronto cayo de un árbol la razón por la que llevaba atado a ese árbol casi una semana. Cuando freno para intentar esquivarlo le arranco la pluma de las manos y se alejó corriendo mientras sus secuaces lo tomaban prisionero una vez más. Era cuestión de tiempo que lo ataran por siempre en el infierno.
Cuando se alejaba más su captor, vio como la última pluma de su ala era quemada; transportándolo al infierno donde lo recibió un coro de gritos de dolor que venían de miles de almas torturadas… y la suya seria la próxima.
- Maria Jaramillo Alarcon -
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